Reírse de uno mismo,
dicen,
que es lo más sano.
Pero es que, a veces
el alma se te escapa
y el corazón se achica,
tanto,
que la sangre en las venas se congela.
Y a pesar de eso,
uno trata de sonreír,
colocarse la nariz
redonda y roja,
tragar las lágrimas,
y empujar las comisuras
de los labios
con dedos imaginarios.
Y cuando más duela,
el alma y el corazón, digo,saltar y hacer tintinear
cascabeles en los tobillos.
Pero no siempre es así.
Que hay días de alegría
en los que el alma se te abraza
y te besa y se disloca de amor,
y el corazón, alegre y loco,
nos asfixia
de tanto bombear vida.
Y es que,
así es la Vida...
o por lo menos,
en parte,
así nosotros la hacemos:
delicada y suave,
a veces;
áspera y espinosa,
a veces.
Y a veces
ni uno mismo
se encuentra
ni encuentra
lágrimas
o sonrisas
con las que seguir
el ritmo de los días.
Pareciera
que el mundo se vuelve
sordo, anodino, indolente...
Y así,
con todo esto,
entre la risa y el llanto,
la alegría y la tristezas,
cada día,
con garfios por dedos,
nos agarramos a esa lisa pared,
a esa abrupta pared,
que es el vivir,
para poder encontrar
de nuevo, cada día,
nuestra alma y nuestro corazón,
y agarrarlos bien
para que no se nos vayan,
no se nos escapen,
porque sin ellos,
no somos nadie.
Días y días
unos tras otros vendrán,
y se renovarán
los cielos y los infiernos:
habrán días
para llorar
y días para reír.
Así es la vida,
o por lo menos,
así la hago,
así la hacemos.
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