Me duele aquella herida que nunca quieres
cerrar.
Me duele el silencio de mis labios, cuando lo lanzas agresivo
contra mi.
Me duele, la maldad que me quieres procurar, hasta
incluso en la hora de mi muerte.
Me duele la espiral que agitas a tu alrededor, a
sabiendas de a quién puedes envolver.
Me duele, cuando haces noche del día o cuando
conviertes la luz en negra oscuridad.
Me duele que claves tu dolor como punzón en mi
estómago.
Me duele, que quieras utilizar tu amargura como
moneda de cambio, a cambio de robarme mi felicidad.
No. Eso
sí que no lo vas a conseguir jamás.
Y aquí, sereno y en calma, desde mi ventana, abrazado
por esta brisa nocturna que me perfuma de mar, te ofrezco mi silencio como regalo
y respuesta a toda contienda que quieras imponer, y te digo adiós.
Y aún así y a pesar de todo, y porque me duele, te
dejo mi mano extendida por si, algún día, la quisieras estrechar y terminar con
esta agonía que te está matando.
Hace una bonita noche, una bonita luz de luna que
ilumina el alfeizar de mi ventana, atravesando mi vida de norte a sur.
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