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martes, 22 de octubre de 2019

Mi querido Mar Menor

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Mi querido Mar Menor:

Me dueles más de lo que jamás hubiera pensado que me dolerías. Y por dentro te lloro, acompañado por los recuerdos de mi ayer ya lejano.

Poco a poco voy repasando cada una de las huellas que en otros tiempos dejé tatuadas y aún perduran sobre tus arenas. Son tantas..., pero las de mi infancia, por más lejanas y tiernas, tintinean más en mi memoria: ¿Recuerdas aquellas cacerías de zorros que atrapábamos con ladrillos; o el eco de las chanclas al corretear pisando fuerte por los callejones?; y los embarcaderos “mellados” de tablas. ¡La finca de Lo Pollo estaba, en el confín del mundo!. ¿Y el sano olor a algas secas, o las guerras de “moñigos secos?. Allá, a lo lejos: la raya azul, frontera infranqueable, bajo reprimenda o castigo paternal: “no te vayas más allá de la raya azul”; y cuando te decían… “No te bañes hasta que no pasen tres horas, que se te corta la digestión. Como mucho, te mojas hasta la rodilla”, y claro, ni tres horas, ni leches: “mamá, me he caído y me he mojado entero...

Mi querido Mar menor, me ensañaste a nadar en tus aguas, a disfrutar el sabor dulce-salado de un melocotón durante el baño. Y cómo me encantaba, recién comido, salir a la sombra del porche con una rodaja de sandía y mecerme en la mecedora, oyendo el murmullo de tus pequeñas olas, mientras miraba, ensimismado, la isla del varón. Y tus mañanas recién salidas el sol, tu luz y tu quietud, tus aguas lisas como “plato”, y aquellas aves, a lo lejos, como lunaricos blancos...

No, todo esto suena a añoranza de una niñez perdida, pero no, sería una equivocación pensarlo porque, aunque pareciera, no hablo de mí, hablo de ti, de lo que me has dado y lo bonito al recordarte, y de todo el agradecimiento que te debo, unido al sentimiento de rabia y tristeza por la pérdida de tu propia identidad, tristeza por verte y sentirte envejecido, moribundo, casi desahuciado, si no lo remediamos. Es, dolor de ti; de sentir tu agonía ignorada durante, tantos años..., unas veces a causa de la incultura, otras por el desprecio, pero siempre por culpa del propio hombre, por nuestra codicia, especulación y afán de lucro. Y ahora, ¿qué?

Al recordarte, el hoy invade tu ayer y te veo en una bruma miópica, sucia; pero cuando cierro los ojos, te veo limpio, sano, lleno de vida. Y me siento envuelto en tu luz ya olvidada, y me siento acunado, como cuando por las noches me dormía con las nanas de tus olas. Pero vuelvo de nuevo a abrir mis ojos, y la realidad me golpea viéndote maltrecho, viejo y decrépito, muriendo de pena y asfixia, y de desidia.

A veces pienso, que el sabor de tus aguas es el propio sabor de tus lágrimas lloradas año tras año; lágrimas lloradas por tanto veneno que te han hecho tragar, emponzoñando tu vida.  Sí, me dueles más de lo que jamás hubiera pensado que me dolerías. Y dejar que te mueras, no está nada bien. Mira, ¿sabes lo que te digo?, pues que, si “maldito el hombre que al hombre procura el mal”, no menos malditos, quienes han permitido y están permitiendo tu actual situación. Y en el fondo, todos tenemos que reconocer que tenemos nuestra parte de culpa, por unos u otros motivos.

Siento que has sido, como aquella joya, aquel gran y preciado tesoro del pirata; del pirata tonto, despreocupado e indolente, que ha ido esquilmando, dilapidando su riqueza o, lo peor, que se ha dejado robar, porque no ha sabido guardarte ni administrarte, como eso, como lo que eres: una preciosa joya, un precioso y único tesoro. Y ahora el pirata grita al cielo y se lamenta.  Y ¿sabes?  pienso que de ese pirata, todos tenemos un poco. Todos hemos sido un poco “el pirata tonto” Pero ya está bien, ya va siendo hora de empezar a ser, “el pirata listo”


Y ya me despido. Te quiero, Amigo.

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