Erase que se era,
una gata conocida
como gata Garabata.
Qué infeliz y qué triste
los días pasaba,
pensando que en la corte
de los nobles gatos,
ella nada pintaba.
--¿Podré –se decía ella misma para sí-
algún día
ser gata aristócrata,
o tan siquiera cortesana?
Tanto lo pensaba,
tantas ganas tenía,
que hasta en reuniones,
el deseo se la comía
y la traicionaba
impulsándola
y comentar sus aspiraciones.
Con el tiempo,
a oídos del rey gatuno llegó,
que por cierto, era soltero,
y fue tanta su curiosidad
por conocer a quien
portaba
aquel profundo deseo
de dicha aspiración,
que de inmediato ordenó
buscaran y encontraran a la gata
y a su presencia la llevaran,
no sin antes la engalanaran
con las mejores joyas de palacio,
y si estuviera algo sucia y churretosa,
la bañaran,
que el rey, para ciertas cosas,
era muy pulcro.
Así fue ordenado
y así fue hecho con esmero
aquel mandato.
Encontrada fue la gata,
bien vestida, bien tratada
y acicalada como el rey impuso.
Así, de esa guisa,
la gata Garabata
fue al rey presentada:
hermosa, bella, guapa;
parecía una estampa
de la más bella dama gatuna
de todo el reino.
Ninguna otra gata
superaba aquel esplendor felino
representado por Garabata.
Ah, y no hizo falta
que la bañaran ni perfumaran,
pues Garabata, aunque hortelana
y de campo criada,
modales y educación
tenía de dama y señora.
--Decidme, bella gata,
¿por qué tanto anhelo,
por qué tanta gana,
ser gata cortesana?
--Por estar cerca de vos,
mi majestad y señor.
Que un mal día
le vi salir del castillo,
montado en su corcel blanco,
y caí en desdicha perpetua.
--¿¡Cuál fue el mal!?
--Vos mismo, mi señor.
--¿¡Yo!?
--Fue posar mis ojos
en vuestros ojos,
y quedar prendada de vos.
Noche y día se hicieron una,
el alimento no me saciaba
y mis pensamientos hacia vos
siempre volaban…
y aún vuelan.
Ahora, ante vos…
perdonad, pero creo que…
voy a desmayar.
--¡A mí la guardia!
¡por dios!
¡que esta gata
se me desbarata!
se me cae por los suelos,
¡A mí la guardia!
¡mandad traer al galeno!
--No, majestad,
no es necesario,
ha sido, como quien dice,
una frase hecha,
aunque, más bien pareciera
que en verdad yo cayera a sus pies
de tanta emoción y gratitud
por haberme traído ante vos.
Con todo esto,
el rey se emociono
y observó con profundo sentimiento
a aquella preciosa gata
que ya estaba arrodillada a sus pies.
--No, dama bonita y bella
donde las hubiera,
por favor, alzaos,
tendría que ser yo
quien a vuestros pies
cayera.
Jamás nunca en mi vida,
ante mí, se han atrevido
a decirme cosas tan bellas,
y sobre todo,
a mostrar tan lindo y sincero corazón.
Alzaos, Garabata,
asid mi mano, apretadla
y levantaos del duro
suelo.
Levantada Garabata,
ya en pie y frente al rey,
los dos, casi rozando sus caras
y mirándose juntos a los ojos,
aquellas miradas
se fundieron
como el anochecer en el horizonte,
como la luz en la aurora.
Garabata se quedó a vivir en el castillo,
como ordenó el rey,
y un grandioso día,
fuera de las murallas
de aquella fortaleza,
volaron los vivas y los maullidos.
Garabata se casó con Garabato rey
y en reina se convirtió
para siempre de los siempres.
Y no solo reinó
junto a su amor en aquel reino,
sino que también supo reinar,
en el corazón de su señor…
por siempre de los siempres.
Y colorín colorado,
este cuento se ha acabado.
Y vivieron divinamente,
comieron sardinas,
pero que a mí no me dieron
porque, no es que no quisieron,
sino porque para mí hicieron
un jugoso salmón…
con patatitas al hornooooooo…
…..ooOoo…..