El sinamor te abrazó
besándote en los labios,
y te hundió;
te hundió entre promesas
de esperanzas
que miraban al sol.
¡Ay!, niño mío.
¡Ay!, mi niño chico.
¡Ay!, hijo sin brazos de amor
¿Dónde el calor de tu madre,
que la muerte te arrancó?
¿Dónde el corazón del hombre,
que la muerte os dio?
Dormidito y acunado
por las olas de la mar,
te me fuiste durmiendo
entre nanas de caracolas,
entre caricias
de promesas de sal.
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