
I
El agrio de los cueros
perfuma de muerte al viento,
mientras el paño fantasma,
a su paso por los campos,
abre caminos de muerte;
senderos de sudor rancio.
II
La mañana está pesada.
El frío resbala en su cara.
Su frente, alta y de escarcha.
Su sonrisa, blanca.
Su culpa fue,
una puñalada encelada,
una muerte de honor.
Y después,
con el alma encogida
y el corazón lleno de pena,
otra a ella.
¡Que un hombre,
como tiene que ser,
debe lavar esa ofensa!
III
Son las seis de la mañana
en la torre de la iglesia.
Tañe ronca la campana,
a las seis de la mañana.
Seis caballos galopan
por senderos de amargura.
Seis caballos lo llevan,
sobre sus anchas grupas.
Entre dientes, canta su pena,
¡su pena, penita pena!
Ya no volverá a verla
descalza sobre la arena,
abanicando sus volantes
a la luz de la hoguera.
Y sus besos,
como espuma viajera
romperán contra la piedra.
Epílogo
Manos de hierro te llevan.
Muros de sangre te esperan.
Palomas velan tus sueños.
Mujeres lloran tus besos.
Si te viera Federico,
te cubriría de rosas.
Te mecería en sus versos,
te acunaría en su llanto.
Y entre llanto y canto rezaría:
¡Ay mi niño gitano!
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