
Sentir,
que
la vida nos abraza
y
deja su huella
en
nuestra espalda.
Huella que es fuego
y a
fuego
se nos
marca
y nos
obliga
a
recorrer caminos,
unas
veces de angustia,
otras
de esperanza.
Huella,
que nos ama
y que
nos mata.
La
misma huella que nos baña
en
nuestras propias lágrimas:
de sangre una veces,
de risas otras.
Que
nos hace mariposear alegrías
para
combatir tristezas,
la huella que nos funde al cemento,
endureciendo
nuestros pies descalzos
a
cada pisada.
Huella,
que a la gloria bendita
nos transporta,
nos eleva
y nos convierte
en cuerdos
locos,
sobre
todo mortal
marmóreo
que
nos rodea.
Esa
misma huella
que en
los infiernos
nos
entierra
y
allí,
Dios
sabe
cómo
salimos de él…
o si nos
condenamos.
Y sentir,
sentir
hasta faltarnos el aliento
la
huella de la vida
que
nos provoca el ansia de gritar
por
encima de los cielos,
que
tú y yo
estamos
vivos,
a
pesar de los muertos
que
viven a nuestro
alrededor.
A
pesar de la sinrazón
de
quienes visten
su
corazón de razones grises,
e
inciertas.
…..ooOoo…..
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