Mi querido Mar
Menor:
Me dueles más de
lo que jamás hubiera pensado que me dolerías. Y por dentro te lloro, acompañado
por los recuerdos de mi ayer ya lejano.
Poco a poco voy
repasando cada una de las huellas que en otros tiempos dejé tatuadas y aún perduran
sobre tus arenas. Son tantas..., pero las de mi infancia, por más lejanas y
tiernas, tintinean más en mi memoria: ¿Recuerdas aquellas cacerías de zorros
que atrapábamos con ladrillos; o el eco de las chanclas al corretear pisando
fuerte por los callejones?; y los embarcaderos “mellados” de tablas. ¡La finca
de Lo Pollo estaba, en el confín del mundo!. ¿Y el sano olor a algas secas, o
las guerras de “moñigos secos?. Allá, a lo lejos: la raya azul, frontera
infranqueable, bajo reprimenda o castigo paternal: “no te vayas más allá de
la raya azul”; y cuando te decían… “No te bañes hasta que no pasen tres
horas, que se te corta la digestión. Como mucho, te mojas hasta la rodilla”, y
claro, ni tres horas, ni leches: “mamá, me he caído y me he mojado entero...”
Mi querido Mar
menor, me ensañaste a nadar en tus aguas, a disfrutar el sabor dulce-salado de
un melocotón durante el baño. Y cómo me encantaba, recién comido, salir a la
sombra del porche con una rodaja de sandía y mecerme en la mecedora, oyendo el
murmullo de tus pequeñas olas, mientras miraba, ensimismado, la isla del varón.
Y tus mañanas recién salidas el sol, tu luz y tu quietud, tus aguas lisas como
“plato”, y aquellas aves, a lo lejos, como lunaricos blancos...
No, todo esto
suena a añoranza de una niñez perdida, pero no, sería una equivocación pensarlo
porque, aunque pareciera, no hablo de mí, hablo de ti, de lo que me has dado y
lo bonito al recordarte, y de todo el agradecimiento que te debo, unido al
sentimiento de rabia y tristeza por la pérdida de tu propia identidad, tristeza
por verte y sentirte envejecido, moribundo, casi desahuciado, si no lo
remediamos. Es, dolor de ti; de sentir tu agonía ignorada durante, tantos
años..., unas veces a causa de la incultura, otras por el desprecio, pero
siempre por culpa del propio hombre, por nuestra codicia, especulación y afán
de lucro. Y ahora, ¿qué?
Al recordarte, el
hoy invade tu ayer y te veo en una bruma miópica, sucia; pero cuando cierro los
ojos, te veo limpio, sano, lleno de vida. Y me siento envuelto en tu luz ya
olvidada, y me siento acunado, como cuando por las noches me dormía con las
nanas de tus olas. Pero vuelvo de nuevo a abrir mis ojos, y la realidad me
golpea viéndote maltrecho, viejo y decrépito, muriendo de pena y asfixia, y de
desidia.
A veces pienso,
que el sabor de tus aguas es el propio sabor de tus lágrimas lloradas año tras
año; lágrimas lloradas por tanto veneno que te han hecho tragar, emponzoñando
tu vida. Sí, me dueles más de lo que
jamás hubiera pensado que me dolerías. Y dejar que te mueras, no está nada
bien. Mira, ¿sabes lo que te digo?, pues que, si “maldito el hombre que al
hombre procura el mal”, no menos malditos, quienes han permitido y están
permitiendo tu actual situación. Y en el fondo, todos tenemos que reconocer que
tenemos nuestra parte de culpa, por unos u otros motivos.
Siento que has
sido, como aquella joya, aquel gran y preciado tesoro del pirata; del pirata
tonto, despreocupado e indolente, que ha ido esquilmando, dilapidando su
riqueza o, lo peor, que se ha dejado robar, porque no ha sabido guardarte ni
administrarte, como eso, como lo que eres: una preciosa joya, un precioso y
único tesoro. Y ahora el pirata grita al cielo y se lamenta. Y ¿sabes?
pienso que de ese pirata, todos tenemos un poco. Todos hemos sido un
poco “el pirata tonto” Pero ya está bien, ya va siendo hora de empezar a ser,
“el pirata listo”
Y ya me despido.
Te quiero, Amigo.
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