Había una vez una
persona aburrida, que no conforme con su aburrimiento se dijo, a él mismo, de hacer el
tonto. Y puesto manos a la obra, empezó a hacer tonterías. Y le gustó. Y
haciendo el tonto era el hombre más feliz del mundo.
Un día, mientras hacía tonterías, alguien
pasó por su lado; al verlo quedó pensativo, siguió su camino y, sin más, se
puso a hacer las mismas tonterías que había visto hacer, pero sólo, por su
cuenta. Y vio que no era tan divertido como él había pensado. Así que, decidió volver por donde había venido y cuando llegó de nuevo junto a quien
había visto hacer tontería, preguntó: –Hola, ¿puedo…?
–Claro –respondió el otro.
Pasado unos minutos de hacer juntos tonterías, los dos se miraron, se sonrieron y les gustó. Y comprendieron que, dos en compañía, podían ser felices haciendo tonterías. Y efectivamente, fueron felices.
Pasó el tiempo, pero poco. Y en ese poco tiempo en el que aquellos dos tontos eran felices juntos y haciendo tonterías, llegó otro “alguien”.
– ¡Hola! –dijo– ¿Puedo hacer tonterías con vosotros?
–¡Sííííí!, –respondieron los dos tontos.
Y manos a la obra, se puso a hacer tontería –¡Qué divertido! – dijo este tercer “alguien”, convirtiéndose en tonto. Y le gustó. Y fue feliz. Y los tres tontos fueron felices haciendo tonterías.
Pasó el tiempo, y mientras el tiempo pasaba, aquellos tres tontos seguían siendo felices juntos y haciendo tonterías. No perjudicaban a nadie. Y las gentes, con ellos se reían. Pero de ellos, también había gentes que se reían.
Siguió pasando el tiempo y llegaron más que se unieron a aquellos tres tontos para, todos juntos, hacer el tonto, hacer tonterías. Y todo aquel que se les unía, le gustaba. Todos juntos disfrutaban y eran felices haciendo el tonto y haciendo tonterías.
Siguió pasando el tiempo y más tiempo, y más “alguienes” se fueron uniendo para hacer tonterías y, mira tú, ¡que les gustaba! Y eran felices todos juntos haciendo tonterías.
Y el tiempo pasaba y pasaba; días, semanas, meses, años… Y con el paso del tiempo, poco a poco se fueron uniendo cada vez más y más, solos o en grupos más o menos numerosos para, todos juntos, ¡hacer tonterías! Y les gustaba. ¡Y eran felices todos juntos haciendo tonterías!
La cosa es, que quienes se unían a ese grupo, cada vez más numeroso para hacer tonterías, iban descubriendo que ser tonto, no era una tontería, sino una cosa muy seria. Y les gustaba. Y que, como ya he dicho, eran felices todos juntos haciendo tonterías. Y lo mejor de todo era, que aparte de esa felicidad que les invadía, no perjudicaban a nadie.
Hubo gentes que los observaban y los aceptaban y que, a pesar de no hacer tonterías con ellos, los tontos, simpatizaban con ese nuevo “movimiento” tan gracioso y divertido. Pero claro, como todo en esta vida, también había quienes, de ellos, los tontos, se reían. Pero los tontos, a esos que de ellos se reían, ni mencionarlos, ni hacerles caso. No merecían la pena. ¡No sabían lo que se estaban perdiendo!
Y el tiempo pasaba y pasaba, impertérrito y exigente, el tiempo seguía pasando. Y aquella persona, aquel ser solitario de vida aburrida que un día comenzó a hacer el tonto, descubriendo que, haciendo tonterías podía ser feliz y sin perjudicar a nadie, hoy se había convertido en alguien importante, en el precursor de una nueva forma de vivir la vida, en el Líder de una nueva forma de pensar, de hacer las cosas bien hechas y con divertimento, de romper con el pasado, de dar un nuevo sentido a la vida del ser humano. Él, se había convertido en alguien importante y poderoso: el hacedor de una nueva filosofía.
Y aquella nueva filosofía, se impuso. Era incuestionable vivir la vida de otra manera. Y es que, empíricamente estaba demostrado y podía decirse, con toda autoridad, que era superior a cualquier otra filosofía de vida, que su práctica, con toda rotundidad, se podía afirmar que conducía a una felicidad también superior a cualquier otra felicidad existente o por existir.
Aquella persona aburrida que empezó, él sólo, a hacer tonterías, había tenido una vida pasada gris, aburrida, trágica, y gracias a que empezó a hacer tonterías, gracias a que rompió con el pasado, con todas las tradiciones, con toda una carga negativa arraigada en el costumbrismo reaccionario, hoy podía decir que, de verdad, ¡era feliz! Pero, es más, no solo él era feliz haciendo tonterías, sino que, todo aquel que se le había unido, era feliz, porque experimentaba la Felicidad. Bueno, la verdad es, que algún disidente, ciertamente hubo, pero los tontos decían: “allá él. Él se lo pierde. Con lo divertidos y felices que somos haciendo tonterías… ¡Y no perjudicamos a nadie!”
Y siguió y siguió pasando el tiempo. Días, meses, años, lustros… No me pregunten el cuándo ni el cómo fue exactamente, pero poco a poco se fue imponiendo la “tontería” como única forma de vida aceptable. Llegaron a ser “legión”. Llegaron a gobernar el mundo. Un único pensamiento, una única forma de vida. La globalización perfecta.
Todo lo que no iba encaminado a hacer tonterías, era considerado un mundo de caos. Era imposible entender la vida sin hacer tonterías. Y así pues, en cada ciudad, en cada pueblo, en cada aldea, iban montándose carpas, carpas, y más carpas, carpas circenses por todo el planeta, creando, en el interior de cada una, grandes estructuradas con los elementos necesarios para hacer, sólo y exclusivamente, tonterías. Sí, tonterías y nada más que tonterías porque, todo lo que no fuera “hacer tonterías”, estaba prohibido.
Así pues, no daban opción a la posibilidad de montar otras carpas con estructuras y elementos para los “trapecistas”, ni cables para los “funambulistas”, ni animales salvajes para los “domadores”, en todo caso, caniches para la comicidad. Ni espadas o camas de pinchos para los “faquires”, ni monociclos, ni objetos para malabares…
Se llegó a una situación en la que no se podía entender un mundo en el que se sufriera ni siquiera, lo más mínimo. No se permitían los tontos tristes, ni aquellas situaciones que mostraran la más pequeña señal de incertidumbre o de peligro, de riesgo, de suspense... Tan solo pensar que alguien pudiera hacer sufrir a otro, estaba totalmente prohibido. El “susto”, el “escapismo”, el “lanzador de cuchillos”, el “tragafuegos”...¡Qué horror!. Todo lo que no fuera tonterías, cabriolas graciosas, tartas de merengue en la cara, caídas o tortazos simulados, arlequines, payasos, clowns, tontos… tontos del bote… Todo lo que no fuera risas, alegría y disfrutar sana e inocentemente, quedó abolido. En definitiva, “estaba prohibido no tener una vida feliz”.
“Tu vida en nuestras manos. Solo así
serás feliz”
Ya han pasado unos cuantos años desde la imposición de dejar nuestras vidas en manos del Estado y, hoy día, a los que nos gusta vivir sin ataduras, -que eso de sin “ataduras” es un decir, porque siempre las habrán-, quiero decir, sin opresiones ni imposiciones de “iluminados” ególatras y narcisistas, salvadores de… de sus propias ideas, nos miran como si fuéramos bichos raros, y en la mayoría de las veces, ni nos miran. Nos toleran, eso sí. Pero a pesar de esa aparente indiferencia, nos vigilan, controlan nuestras opiniones, a dónde vamos y de dónde venimos. Nos dan cartillas de racionamiento, salvoconductos para poder viajar; y las declaraciones públicas o en grupos contra el Estado, se castiga con la pena de cárcel o campos de trabajo. A pesar de todo, dicen ellos que tenemos que darles las gracias. Nos toleran de aquel modo porque, según dicen y extrañados, nos ven felices aunque, claro, por un camino equivocado. Sí, eso dicen y, por eso, nos llaman los “grises”.
Por supuesto que somos felices, pero añorando otra clase de felicidad, aquella felicidad que sólo se consigue siendo tú mismo, con libertad para poder tener capacidad de elección, de decidir por mí mismo, aún a riesgo de equivocarme.
Somos felices porque esa es nuestra principal arma de resistencia contra este régimen absurdo y totalitario:
“saber
ser feliz sin que te lo impongan”
Y es que, ellos, los tontos, se sorprenden cómo podemos ser felices a nuestra manera.
¡Lástima! Y yo, entre dientes, tarareo:
“pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy
yo”
que ya la cantaba mi tatarabuelo, según mi abuelo.
Nos tienen relegados fuera de las carpas oficiales, pero, eso sí, ironías de la vida, tenemos que seguir agradecidos al Estado porque, nos han construido otras carpas, que no son más que “guetos” para controlarnos.
Pero a pesar de todo, a pesar de todo lo que quieran imponernos, en los “grises” siempre habrá un “último reducto" donde los “asexuados puedan hacer el amor”. Siempre habrá un universo infinito para los “convencidos”, a diferencia de los incondicionales con sus bonitos cerebros de nuez.
Hoy me he levantado y al abrir la ventana, sobre el alféizar, he visto un panfleto. Debo guardarlo muy bien escondido, junto con los otros, no sea que la policía del Estado, en sus controles esporádicos, los encuentre.
Anda que tenemos que empezar a hacer de tontos...a ver cuantos nos siguen..y quizás... logremos cambiar el mundo..y ser fundadores de una nueva religion..en donde adoremos al payaso de la nariz roja y todos a rendir pleitesia a su majestad.-----ay no..ya parece mas de lo mismo
ResponderEliminarjaaaaaaaaa... Los intolerantes, los dictadores... los salvadores del mundo empiezan asi.
EliminarBesicos