vous voulez danser avec moi?

A lo lejos se oye una dulce melodías acercándose lentamente navegando por el Sena, entre la espesa bruma de la noche que nos abraza. Un acordeón recita, entre alegre y melancólico, sus dulces notas a la noche parisina. Las calles húmedas, brillan nostálgicas y sus sombras, se dibujan lánguidas y difusas por el efecto de las luces tenues de las farolas. Una luna juguetona patina zigzagueante sobre los adoquines, al compás de la música que se adivina. Y ella, esta luna, a nuestro alrededor va dejando una estela de plata que engarza nuestras figuras.

Cada vez suenan más y más cerca a nuestros oídos las notas musicales. Cada vez más y más, nuestros corazones se agitan. Nos miramos. Nuestras manos unidas y nuestro caminar tranquilo y soñador por las aceras, poco a poco se ralentiza. De súbito paramos bajo la efímera luz de una farola.

Pareciera que flotáramos sobre una nube. Todo es suave, cálido, armonioso. Nos miramos. --¿vous voulez danser avec moi? -te pregunté- Tú posaste tu mano izquierda sobre mi hombro. Yo, sobre tu cintura, con delicadeza, posé la mía y acaricié tu mano derecha alzándola, y al son del vals que nos envolvió, dimos vueltas y vueltas en nuestra mágica noche de París.

Como en el cuento de Cenicienta, aquella melodía, a poquito a poco se nos fue alejando, y nuestra bella luna de nácar, bohemia y lisonjera  sonrió despidiéndose hasta el próximo encuentro, dejándono un cachito de felicidad, a modo de zapatito de cristal. 

Aun así, seguimos ensimismados bailando y bailando, fijas nuestras miradas. Tus ojos a mis ojos me hablaban de amor. Mis ojos a tus ojos, le dijeron, te quiero.

Van desapareciendo las sobras. Las luces de la noche resbalan por las alcantarillas de la ciudad, a la espera del nuevo día.

Abrazados, sentados junto al Sena, nos llegó la luz del nuevo día. Amanece en las calles de Paris. Mientras, los ecos de aquel vals, aún resuenan en nuestros corazones.