No había jardín ni colores. Todo gris. Tan solo los
uniformes de guerra rojos y azules. Tras la ventana, aquella figura observaba el yermo
paisaje de hojas caídas y algarabía de dolor con estruendo de voces y disparos
y cañones y fusiles y humo y gritos y dolor…y muerte. No era el hoy, que era el
ayer con aquellos uniformes de corte del siglo diecinueve, pero sí era el hoy
porque él, estaba allí; y él vive en el año en que vivimos.
Tras el ventanal, en el interior, aquel visillo blanco soportó por un instante el estrangulamiento de sus manos. Junto a él, alguien indefinido, humaceo,
difuminado, o difuminada, que vaya usted
a saber, pues no se veía si era hombre o mujer, pero, como la muerte junto al
desahuciado, allí estaba a su lado.
La angustia ceñía su garganta. No era miedo.
El--¿Dónde estamos?
--¿No lo ves?, en la guerra.
El--¿dónde estamos? –repitió-
--A la derecha
Y el hombre, comenzó a llorar con amargura. No soportaba
la idea de tal posicionamiento, menos aún, por lo absurdo de que, a él, no le
habían dado la opción de decidir.
El—No quiero estar aquí –dijo sollozando- No quiero esta
guerra… ¡No quiero esta guerra! -no era miedo-
No entendía cómo el ser humano no aprendía de sus errores
pasados. No era miedo, era rabia.
Y siguieron los disparos, los gritos y los gemidos, el
humo y el olor a pólvora, el gris del sufrimiento, la algarabía feliz de la
muerte.
De repente, se encontró en un lugar oscuro que, poco a poco, comenzó a
tomar color. Él conocía a aquel hombre que amablemente se le acercó. Se saludaron y, con extrañeza, se preguntó qué hacía ese hombre allí y, qué hacíai él mismo allí. Y un uniforme militar comenzó a tornarse en color
marrón caqui.
Él no quería estar ni allí ni ahí. Él, simplemente, no
quería la guerra.
FIN
Pd.- Surgió así, como la noche traicionera llega con su
bayoneta de desesperanza y clava hasta lo más hondo, con saña de hambre de días
sin sangre.
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