
Al tiempo,
poco a poco se le olvidan
las horas que van pasando.
Poco a poco,
al tiempo, siempre,
más
tarde o más temprano,
se le va olvidando
la distancia recorrida
en nuestras vidas,
como se olvidan
los abrazos del amante
de una sola noche,
y que nunca vuelve.
Tiempo al tiempo,
que al final,
llegará el momento
en el que, a cada uno,
nuestro tiempo se encargará
de hacerse notar.
El tiempo no te avisa.
El tiempo siempre está contigo,
aunque te escondas en los quirófanos,
en disfraces o gimnasios,
entre libros o mundos fantásticos.
A pesar de llevar una vida sana y
natural,
el tiempo siempre está contigo.
Lo llevamos dentro
desde el nacer.
De la mano lo llevamos
cincelado bajo la piel.
No nos podemos deshacer de él
aunque invoquemos
e imploremos a los dioses
la vida eterna.
No existen cuadros de Dorian Gray.
No existe el Santo Grial.
No hay sacrificio
que le pueda satisfacer.
Él,
no es magnánimo
ni piadoso,
ni es justo ni injusto.
No es ningún dios
ni es diablo.
No es cielo
ni averno.
Es: tiempo.
Y al tiempo
no se le puede comprar
o sobornar.
Y menos,
engañar.
Él conoce tu tiempo.
Él se encarga de recordártelo.
Él,
día a día,
te envuelve
y en más viejo
te convierte.
Día a día.
¿Te has mirado últimamente en el espejo?
¿De verdad crees que te has mirado bien
en el espejo?
Anda, mírate de nuevo.
Mírate otra vez,
porque seguro
que no te has mirado bien.
Aunque no queramos reconocerlo,
aunque nos neguemos a aceptarlo,
es el propio cuerpo
quien nos lo va susurrando al oído,
conforme va pasando el tiempo.
Aunque no queramos aceptarlo.
A pesar de que no queramos reconocerlo.
Y aún así,
no tengamos miedo
de mirarnos en el espejo.
La plata es, eso, plata.
Pero el alma…
¡Ay, el alma!
.....ooOoo.....
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