Jacinto (Hay Soledades que matan)

Querida mariposa de la noche:

Hace dos días decías que me querías como a nadie habías querido en el mundo y ahora, no quieres saber nada de mí. Decías que tu consuelo y tu bienestar estaban junto a mí, que mis palabras, susurradas a tus oídos, eran igual que la olita de espuma blanca era a la mar; que no había un antes ni un después en tu vida desde el momento en que sentiste mi amor por ti.

Me alegra y me reconforta saber que yo te haya hecho sentir todas esas emociones, o por lo menos que, en mayor o menor medida, haya hecho que salieran de tus labios. Menos es nada.

No me duele tu abandono, tampoco me hiere tu desprecio al no dejarme siquiera una nota de despedida. ¿Tanta fue tu prisa para abandonarme? ¿Tanto necesitaste correr a hurtadillas que en la noche te amparaste? ¿Tan negro fue el consejo que recibiste de las sombras, para cobijarte en ellas y huir?...

Y aquellas calles recibieron tu presencia furtiva sin nada que ofrecerte a cambio, tan solo la humedad y el frío de la noche, y aun así las preferiste a ellas antes que el calor de mis sábanas, que el cobijo al amor que yo te hubiera dado. Que ya podía yo imaginar, por el color de tus alas, que podía ocurrir tal desenlace, pero me negué a pensar qué tan pronto volaría el pájaro del nido. Pero sí, ya ves, ocurrió tan pronto que ni un mes pasó y te me fuiste de mi lado.

Y no, repito, no me duele tu abandono, lo que me duele es volver a la soledad, a mi presencia única y constante en esta casa que me aprieta y me asfixia hasta volverme loco. Me duele entrar en cada habitación y ver mi figura fantasmal deambulando sin sentido entre cuatro paredes. Me duele, en lo más profundo, tener que dejar de sentir tu cuerpo junto al mío, dejar de acariciarte, de adorarte... En definitiva: dejar de quererte.

Tantas noches insomne en aquella habitación, fija mi mirada en ti. Tantas noches contempladote abrazada a tu almohada, como si ésta fuera tu único amor. Ahora pienso que quizás jamás supiste lo que significaba la palabra amor, o amar, o ser amada... ¿Quizás, tú misma, no estuvieras preparada para recibir tales sentimientos?

No hemos tenido mucho tiempo para preguntarte si la vida te ha tratado bien o mal, si tu corazón se ha endurecido a base de dar golpes o de recibirlos. Solo sé que cuando apareciste en el portal de mi casa y me pediste algo para cenar, yo te invité a subir. Tú aceptaste. Y cuando me pediste, por favor, cobijo para unos pocos días, mi corazón dio un vuelco y se iluminó mi vida unos segundos, a la vez que un cierto miedo corrió por mi cuerpo. No obstante acepté de buen grado, eso sí, dos o tres días a lo sumo. Y ya ves, solo faltan dos días para que se cumpliera un mes de tu estancia. Y hasta te di una copia de la llave de la casa, y del buzón que, no sé para qué.

No quiero, si quiera, llamarte ingrata, a pesar de que cosas peores se me vienen a la cabeza. Prefiero pensar que tu necesidad de libertad es mayor que el cariño que pueda ofrecerte. Prefiero pensar que no he sabido quererte de la forma que tú necesitabas, aunque en un mes y, perdona que te lo diga, pienso que no se puede juzgar el sentimiento de amor de una persona hacia otra. ¿O tal vez sí? ¿Acaso notaste algún malestar o incomodidad de mi trato hacia ti? Perdona mi vanidad y mi arrogancia, pero creo que no. Recuerda, fueron 28 días de convivencia. Una insignificancia para mí pero, por lo visto, para ti todo un mundo.

Bueno, a fin de cuentas no me arrepiento de haberte tenido en casa este corto espacio de tiempo, ni me pesa el cariño que te he dado, ni que te hayas llevado mi cartera con las tarjetas de crédito que, por cierto, tendré que anular, ni los trescientos euros que también llevaba. Lo que sí me molesta es tener que renovar los carnés y demás documentación que, ojala, tengas la delicadeza de meterlos en un buzón de correos y me lleguen de vuelta. Supongo, que las braguitas y los sujetadores que has dejado tendidos, así como los tampones, y hasta el cepillo de dientes, los habrás dejado en prenda por lo que te has llevado mío. Bueno, a fin de cuentas te lo compre yo. En todo caso los he metido en una caja de cartón por si vinieras a buscarlos.

Y ahora, dime, ¿dónde mando yo esta carta?... No sé ni para qué la he escrito, quizá para desahogarme. La guardaré en la misma caja de cartón por si algún día sé dónde te encuentras y te la hago llegar.

Te mando un beso sincero, Jacinto.

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DICEN, QUE ESA MISMA NOCHE, JACINTO SALIÓ A DAR UNA VUELTA Y A TOMAR UN CAFÉ AL BAR DE MARU PARA DISIPAR PENAS.

QUE A LA VUELTA, DICEN, CERCA YA DE LA MEDIANOCHE Y DE SU CASA, ALGUIEN SE LE ACERCÓ PIDIÉNDOLE ALGO DE DINERO PARA CENAR. Y QUE JACINTO ASINTIÓ CON LA CABEZA MIENTRAS DEL BOLSILLO DE SU CAZADORA SACABA UN AFILADO ESTILETE.

A JACINTO LO ENCONTRÓ LA PATRULLA DEL 091 SENTADO EN LA ACERA Y APOYADO EN LA PARED, CON UN CUERPO ENSANGRENTADO FUERTEMENTE APRETADO A SU PECHO Y ENTRE SUS BRAZOS.

QUE TUVIERON QUE LLAMAR A OTRA PATRULLA, DICEN, PARA PODER QUITARLE EL CUERPO DE AQUELLA POBRE CHICA QUE APENAS TENDRÍA VEINTE AÑOS.

DICEN, QUE EN EL JUICIO DIJO, QUE ELLA NO VOLVERÍA A ESCAPAR, A DEJARLO ABANDONADO. QUE ELLA RECIBIRÍA TODO SU AMOR Y PARA SIEMPRE.

TAMBIÉN DICEN, QUE JACINTO ES UN RECLUSO EJEMPLAR EN EL SIQUIÁTRICO, UNA BUENA PERSONA. QUE PARECE MENTIRA QUE SU CEREBRO LO TRAICIONARA COMO LO TRAICIONÓ. Y ES QUE, JACINTO, SIEMPRE FUE UN VECINO EJEMPLAR, AMABLE, BONDADOSO… TODO UN CABALLERO.