...
y esta mañana me he levantado como las otras mañanas. El sol bañaba mi viejo cuerpo con sus rayos calentitos, y los alegres pajarillos gorgojeaban incansables en sus ramas.
Hace un día esplendido. Un punto fresquito. Entre las piedras de la noche anterior, recaliento el último café que me queda. Lo bebo como en un ritual sagrado, pensando hasta cuándo podré beber otro. Me guardo la taza de aluminio en la mochila, me atuso los cabellos con las manos sucias, me pongo el sombrero y comienzo a caminar. Atrás queda el samaritano y viejo árbol que me ha cobijado esta noche pasada.
Llevo tres horas caminando. La carretera es rectilínea, monótona, insulsa, pesada. Pesada como la pesada carga de la soledad. Pero no me arrepiento. De vez en cuando, algún que otro vehículo pasa a toda velocidad haciendo sonar el claxon que, ensordecedor al principio, va perdiendo la vida conforme se aleja. Prefiero el silencio a ese tipo de ruidos. Otras veces, las menos, algún que otro amable camionero para junto a mí invitándome a subir, para hacer más ameno su recorrido... y el mío, y llevarme... ¿llevarme a dónde?... Les digo que no.
Me escapé, sí, me escapé. Hace cinco días que me escapé de la residencia. Tres meses y no soportaba más la vida allí dentro. Lo siento por María, porque era la única cuidadora que me trataba como un adulto que soy. El resto de auxiliares y personal sanitario, o me trataban como a un tonto e infantil, o con frialdad pasmosa. Y de mis colegas... en fin, para que hablar, pues adaptados al sistema.
Rosita, no me preguntes, hija, si ya sabes cómo escapé con mis setenta y dos años. Sabes que se lo debo a que nunca he perdido la buena costumbre de hacer mis ejercicios diarios. Correr y ejercitar el cuerpo es algo importante, al igual que ejercitar la mente, sobre todo a mis años, y leer, leer... y hacer crucigramas, muchos crucigramas. Que tú ya no sabías donde ponerlos... Toda la casa te la llenaba de crucigramas, ¿recuerdas?
Te voy a contar una anécdota de mis ejercicios matutinos en la residencia. Te vas a reir mucho.
Hace un día esplendido. Un punto fresquito. Entre las piedras de la noche anterior, recaliento el último café que me queda. Lo bebo como en un ritual sagrado, pensando hasta cuándo podré beber otro. Me guardo la taza de aluminio en la mochila, me atuso los cabellos con las manos sucias, me pongo el sombrero y comienzo a caminar. Atrás queda el samaritano y viejo árbol que me ha cobijado esta noche pasada.
Llevo tres horas caminando. La carretera es rectilínea, monótona, insulsa, pesada. Pesada como la pesada carga de la soledad. Pero no me arrepiento. De vez en cuando, algún que otro vehículo pasa a toda velocidad haciendo sonar el claxon que, ensordecedor al principio, va perdiendo la vida conforme se aleja. Prefiero el silencio a ese tipo de ruidos. Otras veces, las menos, algún que otro amable camionero para junto a mí invitándome a subir, para hacer más ameno su recorrido... y el mío, y llevarme... ¿llevarme a dónde?... Les digo que no.
Me escapé, sí, me escapé. Hace cinco días que me escapé de la residencia. Tres meses y no soportaba más la vida allí dentro. Lo siento por María, porque era la única cuidadora que me trataba como un adulto que soy. El resto de auxiliares y personal sanitario, o me trataban como a un tonto e infantil, o con frialdad pasmosa. Y de mis colegas... en fin, para que hablar, pues adaptados al sistema.
Rosita, no me preguntes, hija, si ya sabes cómo escapé con mis setenta y dos años. Sabes que se lo debo a que nunca he perdido la buena costumbre de hacer mis ejercicios diarios. Correr y ejercitar el cuerpo es algo importante, al igual que ejercitar la mente, sobre todo a mis años, y leer, leer... y hacer crucigramas, muchos crucigramas. Que tú ya no sabías donde ponerlos... Toda la casa te la llenaba de crucigramas, ¿recuerdas?
Te voy a contar una anécdota de mis ejercicios matutinos en la residencia. Te vas a reir mucho.
Recuerdo un día, que me pillaron con medio cuerpo debajo de la cama, a los pies de ésta, haciendo... levantamiento de “pesas”, quiero decir cama. Aquello fue un escándalo en toda la residencia. Desde entonces me llamaban el “musculitos”. ¡Vaya mierda de nombre! Pero bueno, qué le iba a hacer, si no me dejaron que llevara mis pesas.
Ahora, por estos mundos de Dios, el verdadero problema lo tengo con el dinero. No llevo un chavo ni tarjeta de crédito. Ya se las han apañado mis hijos para que no pueda acceder a la cuenta corriente. Cría hijos, desvélate por ellos. Trabaja como un perro toda tu vida... para llegar a esta situación.
-"Papá -me decían– ahora que te has quedado viudo, lo mejor para tu situación es que ingreses en una residencia. Allí podrás estar con gente de tu edad, con un buen servicio a tu disposición y buenos médicos. Ganarás en calidad de vida".
¿Calidad de vida? Qué sabrán ellos lo que es calidad de vida. Por supuesto, de la mía, nada...Calidad de vida ellos. ¡Qué jodidos!... Y es que, lo que más me duele, es que con la excusa de que yo podría vivir mejor, verdaderamente, lo que deseaban en realidad, era su propio bienestar y no el mío. ¿Te acuerdas Rosa, cuando hablábamos del día en que quedáramos viudo alguno de los dos? Tú me decías que nuestros hijos nos cuidarían... y ya ves... No se lo tomes en cuenta, al fin y al cabo ya he aceptado la situación... bueno, por lo menos eso creo, aunque a veces pienso que me engaño a mi mismo. Yo, Rosita, lo único que quería era disfrutar de mis hijos y mis nietos. Nuestros hijos, nuestros nietos. Y sentirme en familia. Dar y recibir cariño. Sí, ya sé que el casado casa quiere pero, llegados a esta situación, solo, sin ti, lo único que deseaba era sentir el calor de la única familia que me quedaba. Ni siquiera en estos tres meses han venido a verme a la residencia, ni siquiera el día del padre. Sí, claro que me telefonearon para felicitarme, y por supuesto que no les faltaron excusas para no venir personalmente a verme: o iban sus amigos a sus casas, o salían de viaje... ¡yo qué sé!, siempre las malditas excusas.
¿En qué nos equivocamos? A veces me lo pregunto, Rosita, y le doy vueltas y vueltas a la cabeza, pero termino pensando que si no hemos sabido hacerlo, no es culpa nuestra... que por mucho que uno quiera y se preocupe... y aprenda de libros y consejeros... pues que cada hijo es cada hijo, y que nosotros, los padres, siempre intentamos hacerlo lo mejor que sabemos... o que podemos. No, no me culpabilizo de nada, pero sí me responsabilizo.
Y aquí me ves Rosita, por la carretera, como un perro vagabundo y pidiendo por los pueblos. Cinco días ya que vago por caminos y senderos, y por carreteras como ésta. Quiera Dios que no caiga enfermo... si antes no me encuentran y me devuelven a la residencia, porque supongo que habrán dado parte de mí a los hijos, y me estará buscando la guardia civil. En estos días he llegado a pensar en tirarme desde algún risco, pero el amor a la vida, a pesar de todo, me hace seguir adelante, y sobre todo, tu recuero.
Hecho en falta el cepillo de dientes; con las prisas se me olvidó junto con la pasta de dientes y la cartera con algunos euros y tu foto.
Tengo que frecuentar menos las carreteras e ir más por senderos y caminos. Que el Señor me asista y que tú me acompañes... No quiero ni pensar que yo hubiera muerto antes que tú. Le doy gracias a Dios. Mañana, si puedo, te seguiré escribiendo.
¿Calidad de vida? Qué sabrán ellos lo que es calidad de vida. Por supuesto, de la mía, nada...Calidad de vida ellos. ¡Qué jodidos!... Y es que, lo que más me duele, es que con la excusa de que yo podría vivir mejor, verdaderamente, lo que deseaban en realidad, era su propio bienestar y no el mío. ¿Te acuerdas Rosa, cuando hablábamos del día en que quedáramos viudo alguno de los dos? Tú me decías que nuestros hijos nos cuidarían... y ya ves... No se lo tomes en cuenta, al fin y al cabo ya he aceptado la situación... bueno, por lo menos eso creo, aunque a veces pienso que me engaño a mi mismo. Yo, Rosita, lo único que quería era disfrutar de mis hijos y mis nietos. Nuestros hijos, nuestros nietos. Y sentirme en familia. Dar y recibir cariño. Sí, ya sé que el casado casa quiere pero, llegados a esta situación, solo, sin ti, lo único que deseaba era sentir el calor de la única familia que me quedaba. Ni siquiera en estos tres meses han venido a verme a la residencia, ni siquiera el día del padre. Sí, claro que me telefonearon para felicitarme, y por supuesto que no les faltaron excusas para no venir personalmente a verme: o iban sus amigos a sus casas, o salían de viaje... ¡yo qué sé!, siempre las malditas excusas.
¿En qué nos equivocamos? A veces me lo pregunto, Rosita, y le doy vueltas y vueltas a la cabeza, pero termino pensando que si no hemos sabido hacerlo, no es culpa nuestra... que por mucho que uno quiera y se preocupe... y aprenda de libros y consejeros... pues que cada hijo es cada hijo, y que nosotros, los padres, siempre intentamos hacerlo lo mejor que sabemos... o que podemos. No, no me culpabilizo de nada, pero sí me responsabilizo.
Y aquí me ves Rosita, por la carretera, como un perro vagabundo y pidiendo por los pueblos. Cinco días ya que vago por caminos y senderos, y por carreteras como ésta. Quiera Dios que no caiga enfermo... si antes no me encuentran y me devuelven a la residencia, porque supongo que habrán dado parte de mí a los hijos, y me estará buscando la guardia civil. En estos días he llegado a pensar en tirarme desde algún risco, pero el amor a la vida, a pesar de todo, me hace seguir adelante, y sobre todo, tu recuero.
Hecho en falta el cepillo de dientes; con las prisas se me olvidó junto con la pasta de dientes y la cartera con algunos euros y tu foto.
Tengo que frecuentar menos las carreteras e ir más por senderos y caminos. Que el Señor me asista y que tú me acompañes... No quiero ni pensar que yo hubiera muerto antes que tú. Le doy gracias a Dios. Mañana, si puedo, te seguiré escribiendo.
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De unas hojas encontradas bajo un árbol, en un lugar cualquiera.
De unas hojas encontradas bajo un árbol, en un lugar cualquiera.
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Dicen de Cosme, que así se llamaba, que ingresó de nuevo en la residencia, a los doce días de su fuga. Dicen, que entró sonriente y saludando a todo el mundo, acompañado por sus tres hijos. Y dicen que, hasta los noventa y cinco años en que murió, se escapó... unas pocas veces más, pero que antes de los quince días, en su fuga, siempre volvía de nuevo acompañado por alguno de sus hijos... Las últimas veces, acompañado solo por algún asistente social. Dicen de Cosme, los ancianos más jóvenes que lo recuerdan, que era de carácter afable y jovial, aunque a veces, tras la puerta de su habitación, se oían algunos lamentos y sollozos, pero solo de vez en cuando. Y dicen por último, de Cosme, que murió lúcido a las siete de la tarde de un lunes, y que la noche anterior solo decía: “Rosita, ya voy"
Dicen de Cosme, que así se llamaba, que ingresó de nuevo en la residencia, a los doce días de su fuga. Dicen, que entró sonriente y saludando a todo el mundo, acompañado por sus tres hijos. Y dicen que, hasta los noventa y cinco años en que murió, se escapó... unas pocas veces más, pero que antes de los quince días, en su fuga, siempre volvía de nuevo acompañado por alguno de sus hijos... Las últimas veces, acompañado solo por algún asistente social. Dicen de Cosme, los ancianos más jóvenes que lo recuerdan, que era de carácter afable y jovial, aunque a veces, tras la puerta de su habitación, se oían algunos lamentos y sollozos, pero solo de vez en cuando. Y dicen por último, de Cosme, que murió lúcido a las siete de la tarde de un lunes, y que la noche anterior solo decía: “Rosita, ya voy"
Ofú, qué bonita historia. Bueno, triste y real como la vida misma, sí,
ResponderEliminarpero eso no quita que sea bonita, ¿no?
Y las ganas de vivir de Cosme, a pesar de los pesares, todo un ejemplo.
Besos-Besicos, Guillermo.
Y sí, gracias por los tres que acabo de ver que llevo en mi blog.
Qué apañao eres! :)
Dicen que cuando, después de mucho tiempo de matrimonio, uno de los cónyugues parte primero, sólo queda la mitad del otro, y esa mitad duele por partida doble; dicen, y debe ser cierto.
ResponderEliminarUn abrazo, cumpa.
Lourditas... Apañao yo???... Ja!, Ja!... apañaica, tú... que sabes que si llegas la primera, te ganas 2 besicos... Anda que no eres lista... jajajaja!
ResponderEliminarLa historia tiene unos años y la cree pensando en la soledad de los viejillos en las residencias, y el ahogo existencial dentro de ellos.
Pues, nada... que...
besicos por doble... Pues eso.
Carlos... amigo... Así murió mi abuelo, diciéndole a mi abuela: "Paca, ya voy" (Paca es Francisca) Desde que murió ella, se fue apagando y no duró ni un año.
Otro abrazo afectuoso para tí.
Meno smal que cose ya esta con rosita ya lo estaba llamando.
ResponderEliminarsaludos de un jamon
Wychy... Qué tal el examen??? Espero que hayas aprobado o te verás las caras conmigo... jajaja.
ResponderEliminarY cosme... pues ya ves, mejor que nosotros... se supone. :)
Besicos.
aL final todos nos iremos de un modo u otro...
ResponderEliminarbiquiños catarrosos,
Bueno... debo de estar sensiblera, porque no he podido evitar que resbalara una lagrimilla.
ResponderEliminarPrecioso y muy tierno post, y.. triste.
Uf.. esto corta el vuelo a cualquier mariposa que se precie.
Besines alados,guiller.
Aldi...claro, es que eso de ir todo el día solo con la cola puesta... Podrías, por lo menos, ponerte una chaquetilla por encima... :)))
ResponderEliminarCuídate y ponte guapa... digo buena pronto... jeje.
Besicos
Mariposa... Nooooo, por favor... tristeza no... Es un canto a la a las ánsias de libertad... a la necesidad de respirar fuera de los barrotes... Claro que tiene sus connotaciones tristes, pero no dejan de ser la realidad de la vida... Pero ya ves, Cosme nunca se dió por vencido... en ningun aspecto... esa es la enseñanza que he querido expresar, que a pesar de las piedras del camino, y a pesar de ir uno descalzo, se puede andar... más despacio, pero siempre hacia delante y si es necesario, descansar, descansar pero no pararse, nunca darse por vencido.
Ni se te ocurra volar bajo... vale??? Siempre alto... quesasusten lás águilas de ver una mariposa por allá a lo alto... jeje.
Besicos
Que estremecedor relato y qué lección nos da D. Cosme en su monólogo con su amada Rosita.
ResponderEliminarEl desamparo de los mayores es tan cruel como el maltrato.
Decía Alphonse Lamartine: " A menudo un sepulcro encierra sin saberlo dos corazones en un mismo ataud"
Un abrazo.
Cada vez vivimos más deprisa preocupados, cada vez más, en nosotros mismos, dando de lado lo más cercano y abrazándonos al horizonte... Claro, es fácil querer a quien no te demanda cuidados, atenciones, afectos...
ResponderEliminarLo fácil es meter la mano en el bolsillo y hacer un buen ingreso en una cuenta corriente de una ONG... que no digo que esté mal, no, pero sí que lava muchas conciencias... Y mientras, los papás en asilos... y no políticos precisamente.
Besibrazos.
GRACIAS A TODOS LOS QUE HABÉIS SOPORTADO LA EXTENSIÓN DE ESTE TEXTO... JEJE... ENTIENDO QUE EL TIEMPO NOS APREMIA EN LA MAYORÍA DE LAS VECES
ResponderEliminarGracias.
Hola Guillermo,
ResponderEliminarfantastico tu relato que a pesar de lo duro del tema esta de alguna forma lleno de fuerza, de amor a la vida; no solo me ha hecho sentir sino tambien pensar, recordé muchas veces de mi padre y muchas veces pense en mi propio porvenir.. cuantas veces no escaparia yo de las garras de la no-libertad, mil veces andar por los pueblos, por el campo y morir si es necesario en un hermoso barranco.
Insisto, muy bonito tu relato. Gracias
Hola guillermo el travieso.
ResponderEliminarPor la forma que has transmitido este relato, me he imaginado un Don Cosme algo travieso, ¿por qué no? Y menos mal.Me ha enternecido y también me ha hecho reflexionar lo viejo que se puede ser siendo joven.
Un saludo
faladomi
Faladoni...Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarBueno, si travieso o no... puede :), pero lo que si es cierto que no lograban, como vulgarmente se dice, meter las 2 patas por el mismo calzón.
Un alma libre.
Claro que se puede ser viejo joven... con 20-25 años... claro!!!... será que no he hablado yo con chavales de esa edad, y yo con 52 tacos, tengo ideas... bueno, vamos a llamarlas menos conservadoras.
Un saludo y gracias por tus palabras.