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miércoles, 24 de junio de 2009
... y se calamitó la dicha...
Hace años que escribí este pequeño relato... Por entonces corrían las pesetas. No, no lo tenía olvidado y ha aparecido por ahí... solo que, bueno, es que, en el hospital, ayer, a una señora le ha pasado algo parecido y yo la tuve que orientar... Cuando lleguéis al final de la historia comprenderéis.
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Y se calamitó la dicha, precipitándose al abismo de su propia desesperación. No podía por más tiempo permanecer en ese estado de exasperación incontrolada. Los nervios le consumían el alma. La hiperactividad emocional socavaba ávidamente su autoestima. No podía comprender cómo era posible, que aquello le estuviera ocurriendo a él.
Tres horas antes, como casi de costumbre, su despertador competía en loca carrera por ser el primero en desperezarse y llamar a Andrés, pero como casi de costumbre, Andrés estrangulaba ese ansia de pitido monótono con un simple deslizamiento del interruptor hacia la izquierda. “¡Otro día más las medallas para Luis! ¡Cachis en la mar...!” se decía para sí el despertador. Y claro, jocosamente, Andrés bromeaba sobre el hecho de despertarse por sí mismo antes que ser despertado.
Bostezado y estirado, se incorporó y sacó las piernas por el lado de la cama, y al ir a calzarse las zapatillas, notó con extrañeza que no estaban en el lugar que les correspondían, más bien es que no estaban. "¡Ah, burlonas, salid de ahí debajo, venga, que tengo que ir al baño!" Como que las zapatillas, juguetonas, no hacían caso, Andrés hincó la cabeza casi en el suelo y, esforzándose, alargó su brazo derecho por entre las piernas hasta alcanzar a aquellas remolonas de felpa con cara de oso panda. “¡Ya os tengo! No hay quien se me resista.”
Ya en el cuarto de baño, se aseó tan a conciencia, que ni el mismo mármol de Carrara recién pulido por el mejor artesano, le hacía competencia.
Duchado, acicalado y más guapo que un San Luis, se dispuso a salir a la calle, no sin antes prepararse un buen cafetito expresso. Bebido el café, puestas sus gafas de sol y perfumado de pies a cabeza... que por cierto, dejando marcas publicitarias a un lado, esas gafas carísimas y perfume carísimo, y no digamos la ropa que portaba el “gachó”, podíamos decir que más de... 4.000€.- portaba el “menda” sobre su cuerpo, contando con la ropa interior, naturalmente; y eso que era verano y ligerito de ropa: Polo, pantalones, zapatos y aderezos, a saber reloj, cadenas, gafas... Pues sí, así de esa guisa, salía Andrés de su casa, amén de la ropa deportiva y su raqueta en una gran bolsa de deportes.
Ya en el ascensor, pulsó el “S2” (2º sótano) para llegar al aparcamiento donde le esperaba impaciente su “buga”. Solo diez pisos, más el bajo y los dos sótanos, separaban a Andrés de su querido y entrañable amigo “el rojillo”, como él le llamaba. Parecía que lo estaba oyendo: su aterciopelado y sereno rugido al introducir y girar la llave en el contacto, impregnaba las paredes del aparcamiento. Una dulce honda sonora bañaba al resto de los coches... claro, ninguno podía compararse con su “rojillo”, ni siquiera “Merche”, la del quinto izquierda, esa alemanita con su acharolado cuerpo y su precioso anillo en la nariz. Y es que, como su “rojillo”, no había nada. La ansiedad por subirse a sus recientes asientos de cuero y sentirse abrazado por ellos le embargaba. Emborracharse del olor, aún nuevo, de todo el interior, sentir el contacto del volante en sus manos, la suave y cálida caricia de la palanca de cambios bajo sus dedos... ¡Sublime!...Sin más comentarios.
El ascensor paró justo donde debía de parar: “S2”. Por un segundo, ¿qué digo?, por milésimas de segundo, la normalidad disfrutaba en el ambiente reinante, que no era otra cosa, que la felicidad y buen rollito. Las milésimas de segundo pasaron al segundo, y el segundo dio paso a dos, tres, e incluso a cuatro, pero lo catastrófico del caso era, que no solamente pasaron cuatro segundo... pasaron miles de segundos, o por lo menos eso a él le parecía, y aquella asquerosa puerta se empeñaba en truncar los planes de felicidad que Andrés había preparado para aquel maravilloso día. No podría resistir que, debido a su tardanza, Lucas jugara de compañero con Roberto, contra Borja y José Arnaldo, y él, tuviera que subirse a la silla de juez y terminar con tortícolis.
Desesperaito estaba el pobre. Y se calamitó la dicha precipitándose al abismo de su propia desesperación. ¡Aquella maldita puerta seguía sin querer abrirse!. No podía por más tiempo permanecer en ese estado de exasperación incontrolada. Los nervios le consumían el alma. La hiperactividad emocional socavaba ávidamente su autoestima... No podía comprender cómo era posible que aquello le estuviera pasando a él. Por momentos, el corazón parecía que se le salía por la boca, o como que le explotaba en el interior de la cavidad torácica. Una tras otra, las gotas de sudor frío se incorporaban al cortejo mortuorio. Estaba para que le dieran los santos oleos. Un estado de claustrofobia le apretaba todo el cuerpo, como si de una mortaja se tratara. Un fino grito por liberarse y convertirse en un alarido, iba tomando formas en el interior de su estómago cuando, ya, por el esófago, apunto de pasar a la laringe, fue éste interrumpido por un: -Por favor caballerete ¿va Ud. a salir ya de una vez del ascensor, o va a estar todo el día ahí parado?
El mundo se paralizó y él se petrificó por un instante. Con aire elegante, y como el que no da importancia al hecho, o como el que por cualquier circunstancia se ha despistado, se giró lentamente 180º y replicó: “Cómo no, doña Adelaida, disculpe, ¡tantas cosas en la cabeza!.." Y con paso almohadillado como sobre nubes de algodón, Andrés iba disfrutando caminito a su “rojillo”, pensando: "¡Bendita doña Adelaida!, gracias a ella, este día, continuará siendo: ¡Un día feliz!”
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...y para más coña, en mi caso, bueno, en el caso de la señora, el ascensor del hospital solo tiene una salida... La pobretica de la señora, estaba totalmente esperanzada en que las pared trasera se abriría.
Guillermo: Señora, es por aquí
Señora: -girándose- ah!. Gracias.
Y nos cruzamos una sorisa.
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Ay, Guillermo, qué puntazo!
ResponderEliminarjajaja
Cosas así pasan mucho, eh?
El pobre Andrés y la pobre señora vivieron un momento de pánico primero, y de vergüencilla después, eh?
Me ha encantado, de verdad.
Muchos besos-Besicos.
Fíjate que he venido corriendo a las nueve, y eso que estoy viendo a la selección española...
Pero hay cosas tb importantes, aparte de ver jugar a España...
De hecho, a estas horas, va perdiendo 1-0... Cachis en la mar!
:)
¡¡que aqobio me ha entrado de repente!! estoy sudando frío...
ResponderEliminarbiquiños,
¡Estupendo Guille! Tu relato tiene la frescura de la cotidianeidad pero entre líneas subyace el verdadero significado de las circunstancias. Y todo con una gracia exquisita, tal cual la anécdota de la señora.
ResponderEliminar¡Me ha encantado!
Un besazo.
ha quedado como una buena anécdota, sin dudas....
ResponderEliminargracias por compartir!!
un abrazo, amigo
A partir de ahora, cada vez que pare el ascensor giraré mi cabeza por si hay otra puerta.
ResponderEliminarEstupendo el relato y estupenda la anecdota de la señora.
Un abrazo
Hay momentos en que uno parece que no está en este mundo y pasan estas cosas...
ResponderEliminarMenos mal que tu diste paso a la buena señora.
Un abrazo.
Lourdes
ResponderEliminarAldabra
LilianaG
Adri
Sauce
LoyLo
Besicos y abrazos... :)...Gracias por vuestras letras-palabras.... Y ahora...una duchita, organizar y al "curro"
genial Guille... Ah, gracias por lo de la música, eres un amor, ya la puse. ahora una vez aprendido ire seleccionando canciones.
ResponderEliminarUn besazo y buen finde
MÁngeles... :)... Gracias... Me vas a sacar los colores... Besicos.
ResponderEliminarMuchos carinios desde Estocolmo, querido Guille.... como va todo?
ResponderEliminarTodavia en el Hospital? hasta cuando? Ponme un poco al tanto, ok?
Un abrazo y mucha suerte
Myr... Gracias... Recibidos tus cariños. Gracias. :)
ResponderEliminarBesicos.
Con lo poco que me gustan los ascensores ya em esperaba lo peor uffffffff.
ResponderEliminarBesitosssssssssss
Mar... :))... Gracias... Besicos.
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