“Es todo lo que
te puedo ofrecer”, me
dijo. Y echando los siete cerrojos de la biblioteca, con paso lento, y cansado,
se marchó ungiéndose la cabeza con un polvillo brillante y tintineante a mis oídos,
que iba sacando del bolsillo de su polvorienta y vieja chaqueta. De repente,
sus pies comenzaron a elevarse del suelo, y voló. Voló a través del ventanal,
perdiéndose en la lejanía, hasta ocultarse tras la sonrisa de una blanca luna
de harina que iluminaba la noche. Allí quedé, anclado al suelo, pensando que
ojalá, algún día, yo pudiera ser así.
años han sido
el camino del viejo,
sabia es su vida
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