Cada vez que nos veíamos en el ascensor era como si millones de pequeñas mariposillas de colores hubiesen desplegado sus alas convirtiendo ese pequeño espacio cerrado en un jardín primaveral.
Tantas veces habíamos coincidido en esa caja hermética “sube-y-baja”... Tantas veces nos saludábamos y acto seguido ella ojeaba su correspondencia o el periódico o, simplemente fijaba su mirada en la puerta del ascenso...
Yo me limitaba a apretar el 5º y el 7º, deseando que subiera hasta el cielo y que el tiempo se eternizara.
¡Ella y yo juntos en el ascensor!
Yo, como siempre, esperaba el fin del trayecto, de su trayecto, mirándome al espejo y de reojo a ella; o mirando el número que aparecía en el display sobre la botonera, y de reojo a ella; o simplemente me miraba los zapatos… y de reojo a ella.
Cuando paraba en su piso, era tan dulce verla salir del ascensor y oír su voz con un “hasta luego”, que resonaba en mis oídos como si hubieran sido los propios ángeles, pero no eran ellos, era ella convertida en ángel. Pero ¡ay!... esa dulzura se convertía en amargura al tener que subir dos pisos más en soledad. Dos pisos hacia arriba sin ella eran, como viajar a la luna en solitario, como viajar por el desierto sin agua... como estar sin su presencia toda una vida, toda una eternidad. Solo un “hola” y un “hasta luego” suyos, eran capaces de alegrarme todo lo que quedaba de día y hasta el día siguiente.
Su presencia paraba mi corazón un instante, para arremeter violentamente, en décimas de segundo, con miles de sístoles y diástoles por minuto… Vamos, una bomba de relojería. La vida misma se me antojaba que venía a verme cuando ella estaba. La muerte, cuando desaparecía y aquellas puertas metálicas del infierno se cerraban. Siete pisos: “cinco cielos y dos infiernos” me parecía aquello. Merecía la pena, pues yo ganaba por “tres cielos”
Aquella vez fue distinto para mí, ese día en concreto que os cuento, fue totalmente distinto, maravilloso, tanto, que el cielo se convirtió en vana ilusión. Una sensación aun más fuerte invadió mi corazón. Si ya sé que desde que la conocí, tomé conciencia de la existencia del cielo, o así lo creía. ¿Qué era entonces aquello que me estaba sucediendo? Si su “hola” y su “hasta luego” eran el cielo, ¿Qué era su sonrisa? Tenía que existir otro cielo fuera de ese ascensor para poder explicar la sensación que me provocó aquella sonrisa que esbozó.
En concreto, aquel día no se distrajo ojeando cartas, ni leyó el periódico hasta llegar a su piso. Aquel día me sonrió y me habló… ¡Y yo pensé que me había tocado el premio gordo de la lotería! ¡qué digo!... ¡La bonoloto!. Por un instante pensé que aquellas risas de ángeles, sus palabras, no iban destinadas a mí, pero ¡qué coño!... ¡solo estábamos ella y yo en aquel ascensor!
Más tarde, mientras en casa meditaba y saboreaba lo dulce de aquel momento por todo lo que me había pasado pensé… ¡Joder, Guille! a ver, ¿qué es más importante, que te sientas vivir en el cielo, o que te toque la bonoloto?... Y tras larga deliberación llegué a la conclusión de que, mi cielo y mi fortuna era María, la vecina del 5º… o ¿qué os creíais?.
¡Ella y yo juntos en el ascensor!
Yo, como siempre, esperaba el fin del trayecto, de su trayecto, mirándome al espejo y de reojo a ella; o mirando el número que aparecía en el display sobre la botonera, y de reojo a ella; o simplemente me miraba los zapatos… y de reojo a ella.
Cuando paraba en su piso, era tan dulce verla salir del ascensor y oír su voz con un “hasta luego”, que resonaba en mis oídos como si hubieran sido los propios ángeles, pero no eran ellos, era ella convertida en ángel. Pero ¡ay!... esa dulzura se convertía en amargura al tener que subir dos pisos más en soledad. Dos pisos hacia arriba sin ella eran, como viajar a la luna en solitario, como viajar por el desierto sin agua... como estar sin su presencia toda una vida, toda una eternidad. Solo un “hola” y un “hasta luego” suyos, eran capaces de alegrarme todo lo que quedaba de día y hasta el día siguiente.
Su presencia paraba mi corazón un instante, para arremeter violentamente, en décimas de segundo, con miles de sístoles y diástoles por minuto… Vamos, una bomba de relojería. La vida misma se me antojaba que venía a verme cuando ella estaba. La muerte, cuando desaparecía y aquellas puertas metálicas del infierno se cerraban. Siete pisos: “cinco cielos y dos infiernos” me parecía aquello. Merecía la pena, pues yo ganaba por “tres cielos”
Aquella vez fue distinto para mí, ese día en concreto que os cuento, fue totalmente distinto, maravilloso, tanto, que el cielo se convirtió en vana ilusión. Una sensación aun más fuerte invadió mi corazón. Si ya sé que desde que la conocí, tomé conciencia de la existencia del cielo, o así lo creía. ¿Qué era entonces aquello que me estaba sucediendo? Si su “hola” y su “hasta luego” eran el cielo, ¿Qué era su sonrisa? Tenía que existir otro cielo fuera de ese ascensor para poder explicar la sensación que me provocó aquella sonrisa que esbozó.
En concreto, aquel día no se distrajo ojeando cartas, ni leyó el periódico hasta llegar a su piso. Aquel día me sonrió y me habló… ¡Y yo pensé que me había tocado el premio gordo de la lotería! ¡qué digo!... ¡La bonoloto!. Por un instante pensé que aquellas risas de ángeles, sus palabras, no iban destinadas a mí, pero ¡qué coño!... ¡solo estábamos ella y yo en aquel ascensor!
Más tarde, mientras en casa meditaba y saboreaba lo dulce de aquel momento por todo lo que me había pasado pensé… ¡Joder, Guille! a ver, ¿qué es más importante, que te sientas vivir en el cielo, o que te toque la bonoloto?... Y tras larga deliberación llegué a la conclusión de que, mi cielo y mi fortuna era María, la vecina del 5º… o ¿qué os creíais?.
Lo que me he perdido por vivir en un primero y sin ascensor!!!!!! caxisssssssssssss... jajja
ResponderEliminarbesines Guiller. muackss!!!!!!
Siete pisos: “cinco cielos y dos infiernos” me parecía aquello. Merecía la pena. Yo ganaba por “tres cielos”.
ResponderEliminarBueno y que digo yo si solo tengo una calle y nada, nada con que deleitarse la pupila.
saludos besos.
Aunque luego la realidad nos ponga los pies en la tierra, cuando vivimos una ilusión, por muy breve que sea, es como tu lo has descrito, tocar el cielo...
ResponderEliminarPues toquemos el cielo muchas veces.
Hoy estrenamos tu blog, y con tu permiso, volveremos.
Un saludo
María, María, no sabes tú nada...
ResponderEliminarbicos,
Mariposa... No hay nada perdido... ya nos ingeniaremos algo... Subir y bajar unas cuantas veces, tal vez???... jeje
ResponderEliminarBesicos.
Wychy... pues te sientas en la acera ya verlos venir... jejeje
Besicos.
Logan y Lori.. bienvenidos y pasad cuantas veces querais... y sin permiso... eh?... aquí hay espacio para todos.
Besicos
Aldi... Saber, lo que se dice saber...jejejje... algo, poco... bah!, pa salir del paso... jejeje
Besicos.
Hay...no sentirás mariposas en el estómago en ese pequeño trayecto???
ResponderEliminarMira, mira...que estas cosas empiezan asi, a lo tonto, y luego acaban como acaban...dando al Stop.
Pero no negaré que es lo mas bonito del día, ese ratito, a veces de 5 segundos en que ves a esa persona que te hace subir al cielo....je je
Besos
Yolanda
Y si ya no tienes ascensor y tienes que subir a patita, el ascenso se hace interminable, eh?
ResponderEliminarHe pasado por casualidad, y me he encontrado tu entrada. Sólo quería saludarte.
Besos (Besicos, como tú dices :D)
Cada vez que subías en ascensor subías volando al cielo jaja.
ResponderEliminarA mí me encantan las alturas, me producen mucho menos miedo que estar en la tierra caminando, allí vives una sensación extraña y maravillosa, como si estuvieras tocando cielo, eso me parece mágico, en cambio, cuando estás en la tierra, el miedo es mucho mayor que siento ante la altura.
Un beso.
A veces el cielo esta donde menos lo pensamos!!
ResponderEliminarGracias por pasar por mi blog y dejar tu comentario , seras bienvenido cnd gustes besitos Guillermo :-)
Yolanda...jeje... dando al stop y los del bajo aporreando la puerta del ascensor para subir al 10º.
ResponderEliminarSí, hay quienes... o quien su sola presencia unos segundos te alegran el día y parte del año... jeje.
Besicos.
Lourdes... Hola!. Bienvenida.
Bueno, en este relato, no hay otra opción mas que... jeje... cargar con la vecina los 5 pisos y que pase lo que tenga que pasar... Una lumbalgia, tal vez???... jeje
Si te apetece, ten las casualidades que quieras para saludarme
Besicos.
María... Me acabas de recordar, con tu comentario, cuando subí al Teide, que es la altura mayor del territorio español... si no me falla la memoria. Bueno, pues cuando llegue hasta el punto más alto, después de atravesar el crater humeante (creo que ahora no se puede... y testoy hablando de hace más de 23 años)... bueno, pues cuando llegué, questaba marcado con un mojón (una retorta de cemento sobre la que había un cilindro tb. de cemento)... pues me subí en él... paestar aun más alto... jejejeje... Si, a mí tb. me gustan las alturas, pero las naturales; estar en una montaña y divisar todo a mi alrededor.
Besicos.
Pato... Si, cierto, y es que a veces, solo a veces, lo buscamos en lugar equivocado y resulta que está más cerca de lo que pensamos.
ResponderEliminarBesicos.
Bendita ilusión que te llevó a la gloria. Vale la pena un sueño bonito tan sólo por el placer de poder soñarlo.
ResponderEliminarBesos, estimado Guille.
Marysol... Hay sueños realizables y otros... bueno, "otros", pero de todas formas hay que ser conscientes de que "los sueños, sueños son", y al despertar saber cuidarlos y mimarlos en la medida que se merecen.
ResponderEliminarNo, no!... de pesadillas, ni hablar!... jeje
Besicos.
Me colé jajaja ¿hoy no tocaba poner nuevo post? ¿o es más tarde? a ver si me aprendo la lección, de todas formas te dejo mis saludos.
ResponderEliminarUn beso y feliz tarde.