Melancolía

Él, ella, sentados en sitios diferentes, veían relucir el brillo de los viejos adoquines del casco antiguo de la ciudad, a través del cristal de los grandes ventanales de aquel viejo bar, a la vez que pequeñas y tímidas gotas de fina lluvia, obligaban a abrir los paraguas de las gentes que iban y venían aligerando el paso por las aceras y cruzaban de una a otra saltando charcos.

Los semáforos languidecían sus luces en aquella tarde gris plomizo, como cansados de tanto dirigir el tráfico. Los pequeños vehículos parecían de pesado rodaje, y una tenue luz, apenas si podía filtrarse a través de las nubes.

De pronto arreció una lluvia espesa y empezó a empapar edificios y calles.

Allí dentro, en el bar, reinaba la calidez y la tranquilidad. Él se levantó de su mesa con su café con leche en la mano y se dirigió hacia ella.

--Hola -dijo él.

--Hola.

--Te veo triste.

--Sí.

--¿Puedo acompañarte?

--Claro.

--Gracias.

Y los dos, en silencio, juntos, pasaron la tarde mientras la lluvia resbalaba por los cristales de aquel rancio bar.

(quiero decir que este post está sacado de un comentario que le dejé a mi amiguica Bloguera Carmen Vikinga... y no le he pedido permiso, pero supongo que, conociéndola, me lo daría sin necesidad de petición... además, es mi "cuñada" gaitera... jeje. Besibrazos, Viky)