Desafiante,
sobre la mojada barra del bar,
riela una hermosa y rubia cerveza
rebosando su espuma espesa
por el helado acantilado
de su jarra de cristal.
Ella me mira y me remira.
Yo,
ensimismado,
con el sudor
jodiéndome los ojos,
mi lengua hecha un estropajo
y resecos mis labios,
la miro y remiro
y la vuelvo a mirar
Me relamo
en la impaciencia
por poseerla entre mis manos,
por acariciarla,
por sentir su frío en mi cara,
mientras suda y chorrea
su frescura helada.
No aguanto más.
¡Estoy, que esta sequedad
me está disecando las entrañas
y me muero de sed!
…
De repente,
abro los ojos
y me encuentro solo.
Más solo
que un patio de colegio
el día de Navidad.
¡Vaya siesta!
No me queda otra.
Me voy al frigorífico
y me abro una cervecita
bien fría.
Me acerco a la ventana
y observo a la vecina
mientras pasea a su perro.
Un chucho puñetero
de esos “milrazas”,
educado para ladrar
a las horas mas inoportunas.
Y mientras doy mi primer trago
refrescándome el gaznate,
me pregunto:
¿"habrá hombre más pobre
y mísero que yo"?
Mas nada me respondo.
Nada.
Me voy al espejo,
y repito el ritual
de mirarme y remirarme
y volverme a remirar
de arriba abajo.
Y así, mirándome
como aburrido de mí mismo,
a mí mismo me digo:
¿Qué, de filósofo, no?
¡Hoy vas, de filósofo!.
Automáticamente
me doy cuenta
que entre tanta mierda
de filosofía existencialista barata,
tengo la cerveza en la mano
y, lo más grave es,
que se va a calentar.
Sería una lástima.
Me dejo a mí mismo
colgado en el espejo,
agarro la cerveza
y de un trago,
me la bebo.
Ya estoy pensando
en la siguiente,
que va a ser ahora mismo.
Y es que,
como dice un amigo:
“La primera es
para quitar la sed.
La segunda,
para saborearla".
Así,
que iré a por ella
y la acompañaré
de unas pataticas fritas
con limón y pimienta,
y aceitunicas rellenas,
como a mí me gustan,
de anchoas.
…..ooOoo…..