El día amaneció gris
y de melancólica mirada.
riendo
en mi ventana,
y cada gota
lleva el reflejo
de un mundo
por descubrir.
aunque un cielo plomizo
se cierna sobre nosotros.
Si así lo fuera,
si nuestras lágrimas salieran
por huir de la alegría,
¿qué?
¿Acaso no hay que llorar?
¿Es preferible ahogar,
asesinar el llanto?
nos empeñamos
en ser felices.
Obligamos a la vida
a que nos regale la felicidad,
para olvidar aquellos días tristes,
aciagos, sin sol.
Pero hay también, en ellos,
gorriones que cantan
sobre las ramas de los árboles,
y en las azoteas.
siempre sinónimo de tristeza,
pero, ¿y si ella llegara?
¿Acaso no necesitamos,
en ocasiones,
volar nuestro corazón
y liberarlo?
¿Acaso el llanto
no rompe cadenas
y desata esclavitudes?
¿Acaso las lágrimas
no limpian las pupilas,
y tras la amargura
se apacigua el alma?
Lo malo es,
sucumbir a él,
dejar que nos consuma
entre arrullos y cantos
de melancolía.
vivir en él,
como se vive en la soledad;
como se vive
entre cuatro paredes,
ventanas cerradas
y las cortinas sin correr:
a oscuras,
oyendo el incesante latido
del propio corazón.
su lamento y las lágrimas
que la acompañan,
parecieran aquella tormenta
que hace volar tejados,
desprotegiendo todo aquello
que guardamos
en lo más íntimo
que es, la seguridad.
Llorar para limpiar el corazón.
Llorar para respirar.
Llorar para arrancar
la suciedad agarrada al alma
en cada tropiezo,
en cada angustia...
en la adversidad.
ofendida con el llanto.
No.
Ni ofenderse con el grito
lanzado a los cielos,
reclamando, de éste, sus cuidados.
que no nos asuste el llanto.
cuando las lágrimas
bajan desconsoladas
por nuestras mejillas.
regalar sus lágrimas al mundo;
quizás,
en su aparente debilidad,
sienta la vida más que cualquiera.
Quizás esté más vivo
que cualquiera de nosotros.
¿ay, de las lágrimas calladas,
escondidas!
¡Ay, de las lágrimas que,
por no provocar heridas,
se sumergen bajo el oscuro
silencio del amor!