Si yo no quiero, tú, no eres

y Es qUe hoY eStaBa y aUN sigO, peRo mEnoS, j O d I d O.

Te agarras por los tejados como un gato moribundo que a su covacha de muerte va. Y aun así que sabe su destino, se aferra fuertemente a la teja resbaladiza, no fuera a ser que se cayera y muriera antes de tiempo.

La luna observa desde su mullido asiento de cielo, que infierno parece, de negro y lúgubre color.

Y aquel gato se revuelve y panza abajo golpea, araña y hunde sus uñas en las carnes de su dolor que le apretuja las entrañas, y sigue caminando con sus dos miedos: el de llegar a su covacha y el de resbalar teja abajo.

(Qué más da si resbalaras y cayeras? Antes llegarías al final)

Y ese gato puñetero, aun más se aprieta su panza a la teja, que más que gato se asemeja a una lagartija.

Hay una gaviota negra sobre una chimenea.

--Hola gato pardo.
--Hola, gaviota negra.
--Hola. Ves mi color de muerte que te acecha? No sientes miedo al verme?
--Ni pizca, gaviota vieja. Que tu color es de hollín, y no de muerte.
--Vas acojonaito, hijo.
--¡Y una mierda!

Y aquel gato agazapado y aplastado en el tejado que más bien parecía... sí, eso, una lagartija, dio un salto y atrapó a la gaviota. Y cayeron los dos rodando por el tejado...  Mientras caían al vacío, se oía que una a otro y otro a una se decían:

--Mira, gato jodido, que eres ¡jilipollas!. Firmaste tu sentencia.
--Pero tú vienes conmigo.
--¿Yo?, ¿recuerdas que soy la muerte? ¿No ves mi vestido negro?
--Y una mierda! Tú eres gaviot y de hollín es tu vestido.
--Ja!, ya lo veremos.
--Eso, cuando lleguemos al suelo, ya lo veremos. Yo tengo siete vidas... ¿Y tú, gaviota?